Apartas con cuidado las sábanas que cubren aun tu cuerpo tumbado y adormecido y consigues levantarte.
Empieza un nuevo día. Nunca sabes lo que te depara, aunque siempre hay algo bueno y reseñable. Así las cosas y los días van pasando, es verano y solo tienes tiempo para ti y lo que quieras hacer. Recuerdas que hace un tiempo quisiste escribirlo todo para que no se te olvidara lo felíz que fuiste ese tiempo, pero a veces la insipiración o las ganas no son suficientes como para dejar plasmada diariamente tu historia. Por eso, cuando por fin un día te decides a hacerlo, te das cuenta de que se han olvidado la mayoría de las cosas, los detalles más insignificantes que habían convertido tu historia en una de las más maravillosas jamás contadas.
Sólo te quedan los recuerdos, recuerdos muy fuertes, capaces de dejar en silencio hasta al jilguero más cantarín.
Quizás no he escrito mucho utlimamente, a lo mejor es que tampoco he querido publicar todo lo que se me venía a la cabeza. Pero acabo de decidir publicar hasta la máxima tontería. Me gusta escribir, me gusta el sonido de las teclas de mi ordenador cuando mis dedos se deslizan casi solos ante ellas porque mi cabeza y lo que siento va por delante y más rápido que ellos. Me gusta estar leyendo un libro tranquila y tener que parar porque se me ocurre algo y quiero plasmarlo. Probablemente no sea la mejor en ésto, probablemente no me acerque ni al peor de los mejores, pero no busco eso, busco sentirme bien, y sé que escribiendo lo consigo. Es poco lo que cuento, pero la intensidad con la que lo hago hace que todo lo demás ni siquiera me importe, la hora, el lugar, las circuntancias... Definitivamente, voy a retomar esto.
Tengo mucho, MUCHO que contar.
